miércoles, 12 de diciembre de 2012

MARRAKECH, CIUDAD DE LOS SENTIDOS

Marrakech es una de las ciudades más importantes de Marruecos situada al sur de su país y a los pies del Atlas. Posee numerosos monumentos Patrimonio de la Humanidad, lo que la convierte en el principal atractivo turístico del país. 

Es, junto con Mequinez, Fez y Rabat, una de de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos. Fue fundada en 1.062 por los almorávides y fue capital del Imperio islámico. La ciudad posee el mercado tradicional más grande del país y una de las plazas más concurridas de África y del mundo, Djemaa el Fna. En la plaza se citan acróbatas, cuenta-cuentos, encantadores de serpientes, vendedores de agua, bailarines y músicos. Por la noche, la plaza se llena de puestos de comida, convirtiéndose en un gran restaurante al aire libre. 

Coloquialmente esta ciudad es apodada Medina Al-Ham'rá es decir, en árabe, La Ciudad Roja por el color de sus edificaciones y las tonalidades predominantes en el entorno. También se la denomina extraoficialmente "Perla del Sur" o "Puerta del Sur". 

Es una ciudad única y completamente diferente al resto. Hacer turismo en Marrakech es una nueva y fascinante experiencia sensorial: color, sabor y olor que se respira, desde el momento que aterrizas no se te disipará hasta semanas después de volver. 


Como otras ciudades marroquíes, Marrakech está dividida fundamentalmente en dos partes: el centro con la gran Medina o ciudad vieja, rodeada de espectaculares bastiones de tierra roja, y, fuera de las murallas, la ciudad nueva, construida por los franceses en los años del dominio colonial y en continua expansión. La ciudad vieja y la nueva son entidades administrativas separadas, gobernadas en parte por reglas distintas: en la Medina el alcohol está prohibido y los edificios no pueden superar los tres pisos de altura. En cambio, sirve para toda Marrakech la regla según la cual el exterior de los edificios tiene que ser rojo-ocre. La Medina de Marrakech está llena de antiguos palacios y mezquitas, que como de costumbre en Marruecos, no están abiertas a los no musulmanes. 


Su lugar más emblemático es la gran plaza Djemaa el Fna. Espectáculo prodigioso el de esa multitud que se reúne al caer el sol en torno a los narradores de cuentos, encantadores de serpientes, a los bailarines y cantores. Su auditorio está compuesto por niños y hombres de todas las edades, sentados en el suelo con las piernas cruzadas que escuchan mudos de curiosidad. Los acróbatas dan peligrosos saltos entre los aplausos de los curiosos. Racimos humanos se aglutinan en medio de la barahúnda. Un lisiado, sin piernas, se desplaza con hierros en forma de horquilla; mientras, los porteadores de agua hacen sonar su campanilla y posan para los fotógrafos. Cerca están los toldos donde una multitud ha venido a sentarse en la mesa entre los fogones, acompañados por el fuerte olor a especias, los humos y los vapores que se desprenden de las brasas y grandes marmitas en ebullición. La Jemaa por la noche, es un festín para todos los sentidos, comenzando con el atractivo y exotismo de las gentes y espectáculos que se pueden contemplar. Son inolvidables los sonidos de las orquestas que acompañan a los bailarines, los gritos de los narradores y las flautas de los encantadores; así como el calor de la muchedumbre que se apelmaza en corro alrededor de cada espectáculo y los miles de sabores de los preparados culinarios de los grandes puestos de comida. 



Para conocer la verdadera Marrakech hay que alojarse en un riad y si es posible dentro de la Medina. Pero ¿qués un riad? Literalmente en árabe significa casa con huerto o jardín, pero ahora de forma genérica en Marruecos ese nombre se utiliza como sinónimo de casa de huéspedes. 
Cuando se traspasan las típicas puertas de una casa en Marrakech el huésped se encuentra con un espacio acogedor pero con muy pocos elementos. La cama es perfecta tanto en lo que respecta al colchón como la calidad de las sábanas. Las lámparas son espectaculares y lo que más llama la atención es el tamaño del cuarto de baño que casi supera al de la propia alcoba. Todo ello recubierto, como ocurre en casi todos los riads, con tadelakt o estuco marroquí y zeligge o azulejo de Fes. 




Visitar la Medina (la ciudad vieja encantada dentro de las murallas) de Marrakech es como viajar en el tiempo. Ni siquiera está en el siglo pasado, la Medina más bien parece que no haya cambiado en siglos. El zoco es un conglomerado de casas y tiendas de baja altura y color terroso salpicadas por un laberinto de callejuelas serpenteadas. Perdiéndose en este laberinto uno se topa con paradas de gallinas, carros tirados por burros y cargados con comida o pieles de oveja, fruta y verduras amontonadas en el suelo, gente vestida con túnicas y sandalias, peleteros curtiendo pieles y herreros martillando recipientes. El increíble itinerario por los zocos de la Medina supone un viaje en el tiempo hasta la ciudad del siglo XII en busca de las tradiciones milenarias y oficios olvidados. En la bonita plaza de Rahba Kedima se encuentran las farmacias naturales con todo tipo de plantas medicinales, hennas, gommages y savons noirs para los hamman, pócimas, ranas, tortugas o camaleones que quitan el mal de ojo. En las estanterías de estas boticas hay tarros de alheña, de gazul, de extractos de rosas, jazmín, de ámbar, de almizcle o de khol. 





El minarete de la Koutoubia es una torre de 77 metros de altura, hermana gemela de la Giralda de Sevilla y de la torre de Hassan en Rabat. Fue construida por los almohades alrededor de 1.150 tras conquistar la ciudad. Fue rematada a finales del XIII, bajo el mandato de Yacoub el Mansour. Tiene una excelente iluminación de colores durante la noche. La mezquita dispone de 17 naves de oración y es un rectángulo de 90x60 mestros. A la oración de los viernes acuden a este lugar unos 25.000 fieles. 



La Medersa Ben Youssef era un colegio teológico que fue mandado construir por el sultan Abou el Hassan a comienzos del siglo XVI. En este lugar residían unos 900 estudiantes hasta que se sabían de memoria el Corán. El exquisito conjunto, por la calidad de sus estucos, maderas y azulejos nos recuerda a la Alhambra de Granada. Destacan sus pequeñas celdas, patios, arcadas, escaleras, etc., que permiten intuir cómo era la vida de aquellos jóvenes aislados del mundo exterior. 


Marrakech no es como te cuentan, yo no vi una ciudad imperial, pero sin embargo tiene algo que te enamora. Para mí fue retroceder en el tiempo, degustar nuevos sabores y redescubrir los conocidos, escuchar nuevos sonidos, los colores... En definitiva es un viaje para los sentidos. Aquí, te encuentras con cigüeñas en los tejados, encantadores de serpientes, lámparas maravillosas, alfombras mágicas, especias, zocos, artesanos, dulces, imanes llamando a la oración y un tráfico infernal que te recuerda que esto es el siglo XXI. Recomiendo regatear en los zocos, comer en algún puesto de la plaza Djemaa el Fna, visitar el Jardín Majorell y cenar en alguno de los restaurantes de lujo. Es una experiencia única que seguro que no se asemeja a ningún viaje de los hayáis vivido. 


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